En muchas ocasiones, la presentación de una obra nos acerca más a la pomposa adulación que a la delicada presentación de la estructura y pareceres que conforman un texto, más a la desesperación de la promoción mercantilista que a la destrucción del quehacer crítico. A tal punto que todas comparten patrones, como si se tratase del prólogo de prólogos borgiano, “fue una obra de difícil realización”, “he aquí el aporte para el avenir”, “díscolo sesgo al que nos induce un autor excepcional”, nos dirán, en la sociedad del mutuo elegido, de la intolerancia y de la autocomplacencia, una presentación da lo mismo si es de una obra cumbre que de una vergüenza.